Marta camina rápido entre la gente
sin mirar delante.
Sus ojos se chocan contra las caras
que nunca más olvidará
sin poderles dar un nombre.
Sus pies pisan fuerte
y cruzan calles conocidas
de las que recuerda
cada pintada en las paredes
como las arrugas de su frente
cuando se queda pensativa
y deja de hablar.
Marta llega a casa
y se pone su pijama de rayas
para acordarse de los abrazos
lejanos que algún día le devolverán
con intereses.
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